Abrir los ojos y danzar la historia

La falsa consagración fue una obra creada por la Compañía Joven de Danza Crea en 2018, bajo la dirección de Michele Cárdenas. Después del proceso creativo y de las contadas presentaciones que tuvo, nos ha quedado la necesidad de seguir hablando de ella, de lo que quiso exponer y de las transformaciones que propició. En esta ocasión, compartimos la voz de Valentina Buitrago, quien hizo parte de aquel memorable proceso, y también del remontaje que llevó a cabo recientemente la compañía Zigma Danza, y que fue guiado por el mismo Michele Cárdenas.

La redacción de este texto y de los que lo han precedido ha sido posible gracias a la Beca de Periodismo Cultural y Crítica de las Artes 2021 del Idartes; también, por supuesto, gracias a la generosidad de los artistas y gestores entrevistados. 

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La falsa consagración
Variaciones sobre un tema político-coreográfico inagotable
Diálogo con Valentina Buitrago (4. 10. 2021)


RODRIGO ESTRADA: Recordemos cómo llegaste a CLAN, y cómo fue que terminaste en la Compañía Joven de Danza Crea.

VALENTINA BUITRAGO: La historia es que fui con una amiga al CLAN que quedaba cerca del colegio, en Fontibón. Fuimos a preguntar por los cursos, porque habíamos escuchado que ahí daban clases gratis de arte. Quisimos aprovechar la oportunidad. Cuando llegamos, vimos que tenían un taller de dibujo, y, como nosotras queríamos hacer manga, nos inscribimos. Solo asistimos a la primera clase porque resultó que era un taller infantil en el que enseñaban a pintar con las manos y cosas así; el taller estaba dirigido a niños pequeños y nosotras ya teníamos como trece años, entonces nos aburrimos.

Ese mismo día, apenas salimos, nos fuimos a cambiar de curso. Buscamos cine o fotografía, pero solo había danza… danza jazz, y lo tomamos como para no quedarnos sin nada. Ese grupo era dirigido por Jhonny Vidal, quien fue mi primer profesor y de quien aprendí muchísimo. Con él estuve cerca de tres años. Primero estuve en un programa que se llamaba Manos a la Obra, y después pasé a uno más intenso que se llamó Súbete a la Escena. Fue en ese momento que los clanes empezaron a llamarse Crea. Con el último grupo que estuvimos nos fue muy bien porque nos presentamos en el Festival Universitario de Danza, en la Tadeo Lozano, en el Teatro Gabriel García Márquez, en la Media Torta, en fin, bailamos mucho más que cualquier otro grupo de Crea porque nosotros mismos buscábamos dónde presentarnos.

Por ese tiempo surgió lo de la Compañía Joven. Necesitaban gente comprometida para integrarla y les pidieron a los profes de todos los grupos que recomendaran bailarines de ese perfil, y tuve la fortuna de ser elegida para ese proyecto. Me escogieron a mí y a Ana, la compañera que estuvo también en La falsa consagración.

R. E: ¿Y habías bailado antes de llegar a CLAN?

V. B: No, nunca. De hecho, a mí la danza en el colegio no me gustaba. Cuando había que montar o participar en alguna obra, yo siempre optaba por labores operativas: ponerme la camiseta negra y trabajar con el grupo de logística. Cualquier cosa menos estar adelante. Esto de la danza fue cuestión de suerte, porque jamás me había imaginado bailando, y menos ante tanta gente, y mucho menos en los teatros en los que nos hemos presentado. A mí la danza no me gustaba, yo lo que quería era aprender a dibujar anime y por eso fui al CLAN. Fue una cosa absurda, porque fue mi amiga la que me convenció de permanecer en lo de la danza, cuando no se dio lo de la pintura. Y digo que fue absurdo porque después de ese primer año, cuando yo ya estaba enganchada, ella desistió y se retiró del programa. Yo ya no podía retirarme, porque eso que sentía cuando bailaba no lo había sentido antes, y me gustaba mucho esa sensación de estar en escena, de hacer parte de una obra, de expresarme a través del cuerpo. En ese momento supe que podía dedicarme por entero a esto de la danza; y no fui más la misma, me sentía más centrada, más enfocada, más determinada, no sé cómo explicarlo, más concentrada, más disciplinada. Era la danza la que me entrenaba para lo que tenía que hacer y, claro, en el colegio se veían los resultados y mis padres estaban felices con el cambio. Yo nunca había pensado en qué quería o en quién quería ser cuando creciera, pero, de pronto, estar en ese grupo y ver todos los alcances que había tenido, y ver la confianza que mi maestro Jhonny había puesto en mí, las facilidades que tenía para corregir errores y aprender de ellos rápidamente y, sobre todo, ver que por primera vez en la vida me iba bien en algo, me hizo pensar que de pronto la danza podría ser para mí.

R. E: ¿Pensaste, desde ese entonces, que te podías dedicar a la danza?

V. B: Sí… bueno, pues no sabía nada de compañías. Lo del CLAN lo veía como una academia gratis. No sabía nada del contexto cultural de Bogotá, ni de la danza de la ciudad. Fue con el profe Jhonny Vidal con quien aprendí al respecto y quien me dijo que tenía condiciones para estar en una compañía de danza, si quisiera. Los profes y la gente que me veían bailar creían más en mí que yo misma. Incluso alguna vez le dijeron a mi padre que yo tenía talento para la danza, pero como no me había visto mucho y no tenía mucha idea de la danza, pues lo tomó como un cumplido formal, no como algo serio o fundamental. No fue sino cuando el maestro Jhonny me envío a la Compañía Joven que pensé en la dimensión que tenía esto de la danza: si ya había avanzado tanto con el grupo de la localidad, imagínese lo que podría lograr en una compañía. Allí empecé a pensar en cómo sería mi futuro, si yo fuera bailarina, y desde ese momento mi prioridad fue la danza.

R. E: Ustedes estuvieron en una serie de montajes importantes en la Compañía Joven, pero al trabajar La consagración tuvieron que enfrentarse a una música muy compleja. ¿Cómo fue montar movimientos sobre estructuras rítmicas tan difíciles, que iban cambiando caprichosamente?

V. B: Realmente fue muy complicado. Antes habíamos trabajado Stravinsky con Gabriel Galíndez, haciendo la obra de Petrushka, pero esto de La consagración era mucho más difícil. Un día, el maestro Michele nos dijo, Vamos a escuchar a Stravinsky, y luego nos preguntó, ¿Alguien estudió música? Nadie respondió, y yo sólo me acordaba de mis clases de flauta en el colegio. Intenté conectar esas clases con La consagración, pero fue imposible. Dejé de lado esa idea y comencé, por insistencia del profe, a escuchar todo el tiempo la música. El audio duraba cuarenta minutos y lo tenía descargado en mi celular. Lo escuchaba camino al colegio todas las mañanas. Todo el tiempo con La consagración. Fue muy complejo, porque tiene muchos sonidos diferentes; como que se desbarata todo lo que uno pensaba que era la música. Tuvimos una ventaja, dividimos las partes del unísono y el maestro era quien las montaba. Cuando Michele nos daba la coreografía resultaba más fácil acomodar la música. También hubo momentos en los que nosotros creamos solos. Yo compuse uno, pero crear ahí fue muy complicado, porque la dinámica del movimiento que exigía la música era muy diferente a la que yo estaba acostumbrada a trabajar. Como esa música es tan cortada, también exige unos movimientos cortados, precisos, secos, y yo estaba acostumbrada a trabajar con movimientos amplios, continuos, extendidos. En fin, era muy difícil para mí cortar el movimiento y quedarme quieta. La creación de mi solo fue un reto porque no sabía dónde empezar. Trataba de imaginarme bailando la música y, luego, cuando iba a hacerlo en la vida real, salía un desastre. Nunca habíamos trabajado algo con tal grado de dificultad, y no lo digo sólo por la música sino también por las coreografías. Fue un reto incluso en el sentido mental, porque había que asimilarlo todo muy rápido; todos los días había que asumir algo y luego transformarlo y después modificarlo.

R. E: ¿Y cómo fue asimilar el tema que les propuso el director? Ustedes eran muy jóvenes, ¿cómo fue trabajar en ese momento sobre los conflictos sociales del país?

V. B: Para mí fue como abrir los ojos, porque en ese momento no sabía nada de política. Estábamos en elecciones, y después del resultado hubo todo un revuelo en el grupo que teníamos por WhatsApp. Hubo como un clamor de justicia, y algunos padres empezaron a estar de acuerdo con el tema de la obra. Yo no entendía nada de lo de las elecciones, pero sí entendía el contexto de la obra. Y realmente fue como abrir los ojos, porque antes no me daba cuenta de nada de lo que pasaba en la ciudad o el país. Así que, cuando empezamos a investigar sobre este tema, tuve un golpe de realidad. Vimos varios documentales sobre las mamás y los chicos de Soacha y fue muy chocante asimilar esta situación. Me puse en el lugar de ellos, me di cuenta de lo privilegiada que era al no tener que pasar por todas esas circunstancias. Para mí fue una gran enseñanza, mucho mayor que si hubiese estudiado esa realidad en el colegio. Y también fue un gran descubrimiento darme cuenta de que, desde la danza, se podía mandar un mensaje o tomar una posición o hacer una crítica; es decir, con las imágenes que creábamos dentro de la obra. Vi la danza de una manera distinta. Y, a la vez, fue una razón de peso para estar en la obra, para comprometerme con ella. El hecho de investigar algo de manera profunda hizo que esta obra no tuviera ni punto de comparación con todo lo que habíamos hecho anteriormente, o al menos en mi caso. Porque hicimos un trabajo de lectura, de ver documentales, de ver videos, de hablar entre nosotros; además hicimos un trabajo muy personal, dependiendo del rol que cada uno cumplía dentro de la obra. Por ejemplo, a mí me tocó el papel de alta dirigente de ese partido que gobierna el país y que hace muchísimo daño. Entonces, también había un trabajo de identificación, de pensar como esa persona, de transmitir maldad a través de la postura, de los gestos, de los movimientos. En fin, fue un proceso de personificación, de asumir esa identidad. Esta fue una de las primeras veces en que sentí que la interpretación superaba lo estético; que no era una cuestión de verse bonito, sino de transmitir una emoción, de dejar un mensaje. La idea era contar una historia… una historia que, además de dolorosa, estaba ocurriendo en el país. Mis padres nunca se opusieron al tema ni a la forma, sobre todo, porque ellos vieron un cambio en mí; ellos no entendían nada de danza, pero sí sabían de crianza, y se dieron cuenta de que yo no era la misma, de que había crecido en el proceso de montar la obra.

R. E: ¿Y cómo fue la recepción del público, y particularmente de tu familia, después del estreno de la obra?

V. B: Al estreno en el Jorge Eliécer fue toda mi familia. Debo aclarar que ellos no son espectadores frecuentes de la danza o de las artes escénicas o del teatro. Yo soy la única que está en esto, y por una especie de accidente, como te conté al inicio. Yo fui para aprender a dibujar y resulté en el Teatro Jorge Eliécer Gaitán recibiendo una ovación de pie. Así que ellos, más que entender el contexto de la obra, veían la potencia del grupo; a ellos lo que los impactaba era ver cómo este grupo de niñas y niños hacía algo así. De dónde sacaban tanta expresividad, a qué horas habían desarrollado tanta fuerza. Mis padres se asombraron, porque habían visto mis obras antes y eran obras infantiles, sencillas, bonitas, decían ellos. Lo hiciste bien hija, te felicito, era sus palabras. Las de ahora eran, ¡Qué gran trabajo! Por fuera de mi familia hablé con la amiga con la cual me presenté a CLAN, la que me convenció para ingresar, pero que después se retiró, y estaba sorprendida con el alcance que habíamos tenido. Para mí fue muy satisfactorio ver la reacción positiva de los directivos de Crea, y de mis profesores anteriores, que estaban muy orgullosos de la Compañía y de lo que habíamos logrado. Recuerdo que estaba Juliana Atuesta, el profe Arnulfo Pardo, el profe Jhonny Vidal, en fin, toda la gente que estaba muy cerca de nosotros y del proceso, y que había contribuido, de alguna forma, a lo que estaba sucediendo. Esa es la parte bonita; la menos bonita fue que durante la obra hubo gente que se salió del teatro, que no aguantó la carga emocional de la misma o que se ofendió, no sé… el caso es que abandonaron, que desistieron, que se fueron.

R. E: Entiendo que después de la obra vino el tiempo de estudiar danza, de hacer una carrera profesional. ¿Cómo te ha ido en ese viaje, teniendo en cuenta todo lo que vino a suceder: la pandemia, las protestas, las movilizaciones?

V. B: Yo no he vivido las marchas en primera persona, porque en la universidad todo ha sido virtual. Pero lo que sí puedo decirte es que todo esto me ha tocado, y de manera profunda, porque la arremetida contra los estudiantes fue muy fuerte y, justo en la Distrital, que es la universidad en que estoy, pasaron cosas muy duras. Me parecía inaudito que el mundo lo supiera y no hubiese respuesta alguna. Me indigné mucho al darme cuenta de la reacción de mucha gente, de muchos vecinos que asumieron una posición cómoda, egoísta, de, Yo estoy bien y no me afecta lo que está pasando con los estudiantes, y entonces no hago nada. Conocí casos infames de gente que celebraba cuando le pasaba algo malo a uno de los estudiantes. Había gente que al principio apoyaba las protestas, pero que cambiaban de opinión cuando las marchas afectaban la movilidad. Decían, Qué fastidio con estos vagos, ya se están pasando de vándalos, etcétera. Esa es la manera como la mentalidad de la gente va cambiando en la medida en que sus circunstancias son afectadas. Tuve peleas con mi mamá y mi abuelita por este tipo de cosas. Y, por otro lado, en la universidad no paraban las asambleas. Fueron como tres meses de anormalidad académica, porque se declaró el paro y había una especie de currículo alterno al que nadie asistía; esa figura desapareció rápidamente. Las citas para congregarse a marchar se hacían por redes sociales y también por allí se reunían los fondos para apoyar a la gente que estaba en la Primera Línea. Se recogía dinero, insumos médicos, alimentos, en fin, lo que fuera necesario para continuar con la resistencia.

[Alejo Carpentier, en su novela La consagración de la primavera, especula sobre una probable versión de la pieza coreográfica en la que los dioses, después del sacrificio, no se dan por satisfechos. Las lluvias no llegan y el sabio debe anunciar un nuevo ritual, la elección de una nueva víctima. Otra vez Los juegos de las tribus rivales, el cuchillo, la elegida, la sangre vertida en tierra. La comunidad, con la memoria del pasado sacrificio todavía fresca, debe volver al ciclo de la muerte, pero sin haber acabado de renacer. Y así una y otra y otra vez, en un círculo de nunca acabar. Aquella probable coreografía puede muy bien ser el trasunto de nuestra Historia. No bien se había definido el número de ejecuciones, ya se tenían que empezar a contar otras tantas víctimas. Lo que había bailado la Compañía Joven en 2018 no relataba solo el pasado, sino también el más inmediato futuro, uno que podía incluso tocar a los mismos intérpretes de la pieza. La sed de sangre de los dioses oscuros que habían devorado miles de vidas, al cabo de los años de la Seguridad Democrática, no había sido saciada. Siguieron exigiendo el sacrificio, y lo seguirán haciendo, y negarán siempre el necesario resurgimiento de la vida, salvo que la comunidad encuentre la manera de contener la rueda, de revertir el proceso, o de hacer que este finalmente nos lleve a la primavera que tanto se ha aplazado. El movimiento (esta versión de La Consagración), ha ayudado a erigir y apuntalar la conciencia de quienes se permitieron pensar en esos otros sacrificados, que, después de todo, no eran más que sus hermanos, su familia, su gente].  

R. E: Para mí, de cierta manera, lo que ha pasado en las calles se relaciona con aquello de lo que hablaron en La falsa consagración: jóvenes sometidos por las estructuras de poder, por la violencia del Estado. ¿Te parece que existe esa relación?

V. B: Sí, de hecho, cuando empezó a suceder todo esto, en lo primero que pensé fue en el hecho de que la historia se repitiera. En la obra hablamos del poder que avasalla y del fanatismo por este tipo de poder, e, irónicamente, era lo mismo que estaba pasando en ese momento, ya no contra los jóvenes de Soacha sino contra la juventud de Cali o Bogotá. Es absurda la cantidad de jóvenes que murieron durante las marchas y realmente no ha pasado nada. Supuestamente vamos evolucionando, cambiando, pero en lo fundamental todo sigue sucediendo de la misma manera. Y lo que es más triste: una es la realidad que nos muestran los medios de comunicación y otra muy distinta la que ocurre en las calles, la que captan los celulares y se comparte por las redes sociales. Ese fue otro gran descubrimiento que hice en ese momento: las mentiras de parte del Gobierno, el terror que producen. Nada se supo en los medios de comunicación de los helicópteros que tiraban bombas lacrimógenas sobre los conjuntos residenciales de Bosa, donde no estaba pasando nada porque eran conjuntos cerrados. La policía lanzaba bombas de gases desde los helicópteros y obligaban a los residentes a salir de sus apartamentos a las calles, donde se encontraban con el ESMAD. Una vez pasó que estábamos en clase virtual, y uno de nuestros compañeros tuvo que parar y salir corriendo. Estaba hablando y de un momento a otro le cayó un gas en la casa y tuvo que salir con toda su familia a la calle, incluso con niños pequeños. Fue muy angustiante. Era muy impactante ver cómo estaban pasando este tipo de cosas, y cómo los medios de comunicación no hablaban de esto, y cómo algunas personas simplemente no querían ver lo que sucedía. Se repetía, de alguna manera, eso mismo que habíamos querido mostrar en La falsa consagración. 

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