Cuando lo etéreo se vuelve palpable

Obra: Acopio/Eterea
Compañía: R3M/Innato
País: Costa Rica
Fecha de función: 4 de noviembre de 2017
Teatro: Villa Mayor

Cargadas de ímpetu, Acopio y Etérea de Costa Rica logran exponer, de manera contundente, llamativa y original la naturaleza humana. Cinco jóvenes bailarines, audazmente, enseñan que la danza es vida, energía e innovación.

Tres mujeres entre la luz y la sombra

La reunión de tres amigas sobre el escenario marca el inicio de Acopio, una pieza que tiene como protagonistas a un grupo bailarinas determinadas a no imponerse límites durante toda la obra.

El colectivo R3M de Costa Rica, conformado por Michelle Sánchez, Sofía Riggioni y Andrea Núñez, pone sobre las tablas un estallido de vitalidad marcado por la coordinación grupal. En un ejercicio en el que el manejo de luces, la acción y la música se articulan como una maquinaria bien ensamblada, estas artistas no solo presentan un espectáculo pulido, también se apropian de su femineidad y la plasman certeramente en las distintas etapas de la obra.

De este modo, en lo que podría considerarse una dinámica de constante construcción y deconstrucción de esquemas, R3M desarrolla varias coreografías interrumpidas por intervalos de desplazamientos libres a lo largo y ancho del escenario. La velocidad de ejecución, la precisión en los movimientos, que armonizan con la música, dan cuenta de una vasta preparación previa.

Momentos complicados de la obra donde en una sola secuencia repetidamente los saltos, el trabajo de piso y las elevaciones con apoyo, se realizan sin dificultad; la fluidez y el ritmo del que hace gala esta agrupación es no menos que impecable. Al final, la ovación del público y una certeza: estas danzantes tienen mucho futuro en la escena.

Dos hombres buscando su humanidad

Como su nombre lo indica, Etérea es una obra que trabaja las sutilezas del lenguaje corporal. El colectivo Los innato, célebres por llevar varios años de trabajo en el país Caribe y recibir varios reconocimientos, trajo a Colombia una propuesta, en la que sus dos protagonistas, Marko Fonseca y Felipe Salazar, desarrollan una puesta en escena minimalista, pero cargada de sentimiento.

Dos hombres, automatizados, cruzan sus caminos en el escenario, ambos realizan movimientos lentos y robóticos en un proceso de descubrir al otro. Esperan, se reconocen; la interacción y el contacto corporal se hace de manera sutil y progresivamente se convierte en un diálogo que trae consigo todas las desavenencias de las relaciones humanas.

Esta obra no maneja estándares convencionales. Lleva su propio ritmo, no se afana. Sin embargo, tampoco se estanca; Etérea deja los vacíos necesarios para cuestionar al público.

Durante la función los espectadores atestiguan la evolución de dos extraños que por un momento evaden la soledad hasta llegar al clímax en una secuencia  de movimientos continuos y veloces, en la cual se nota una sutil  influencia de las danzas urbanas como el break dance, elemento que enriquece los movimientos.

Al final solo un bailarín queda en pie y el otro parece extinguirse desplomándose en el piso. Mientras las luces se desvanecen y las palmas empiezan a sonar, Etérea nos deja una sensación de extrañeza, de inquietud y al mismo tiempo de regocijo, el de haber sido cuestionados y el de invitarnos a pensar sobre nosotros mismos desde el lenguaje corporal.

 

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