Degrade y Deriva son obras de la compañía de danza contemporánea Ennudo, y fueron presentadas a mediados de julio del 2010 en el marco del X Festival de Danza Contemporánea del teatro La Libélula Dorada. La primera obra es interpretada por un grupo mixto de seis ejecutantes, la segunda es una improvisación ejecutada por una bailarina.
Las dos obras resultaron ser sumamente estimulantes. Pienso que sus planteamientos pueden considerarse dialécticos debido a que el núcleo de material está basado en exploraciones sobre maneras contrapuestas de generar, asumir y vivenciar el movimiento, y aún más fecundo: las propuestas utilizan el material coreográfico de modo divergente. En la primera prima la concreción, en cuanto a la creación de hechos estéticos que materializan la necesidad de transmitir ideas y sensaciones; por el contrario en la segunda la exploración de la ejecutante es sugerente antes que propositiva, resultando muy cálida e íntima.
En Degradé podemos observar un conjunto de secuencias en las cuales prima un tipo de movimiento que transmite la sensación de una instrumentalización del cuerpo, de una cierta alienación; este efecto está plenamente logrado y resulta contundente, los bailarines ejecutan movimientos que, sin ser ritualizados, ya que realmente carecen de sentido místico o simbólico, son más bien “trámites” que me remiten a la idea de un destino que se percibe como irremediable y amargo, como algo que se sufre pero se teme perder, de este modo se consigue producir un clima general de desasosiego que solo desaparece momentáneamente cuando en algunos apartes cambia la manera en la que interactúan los ejecutantes.
Este último punto me parece muy destacable dentro de la composición dramática; los escasos momentos –especialmente hacía el final– en los cuales cambia el clima general de la obra están marcados por la propuesta y desarrollo de acciones colectivas, bien sea usando contacto o conjuntos coreográficos, de tal manera que se utilizan, a mi parecer, dos poderosas metáforas para referirse a la acción colectiva, la primera en cuanto a encuentro de corporalidades, de sintonía con la sensibilidad y necesidades físicas y espirituales del otro, y la segunda como resultado de la suma de voluntades, de la apuesta por una construcción común de un entorno libertario en el cual se pueda dar cabida a manifestaciones humanas autónomas.
El trabajo de iluminación es acertadísimo: en cada aparte sobre lo que podríamos llamar el “conjunto central” de ejecutantes permanecía una luz tenue y filtrada, y sobre los bailarines que ejecutaban simultáneamente los “instantes transgresores” la luz era más clara e intensa, resaltándose así las particularidades de cada acción y la naturaleza vital, orgánica y jubilosa de dichos momentos.
El cuadro final resulta especialmente intenso debido a una muy estimulante ambigüedad producida por varios factores: los rostros casi inexpresivos de los bailarines iluminados de forma que sus facciones aparecen de un blanco casi glacial –¿estarán firmemente resueltos en un propósito común o marchan con mentes inertes?–, el conjunto de su accionar que puede asociarse a una marcha de victoria o a un desfile institucional y la música que puede resultar opresiva por su estructura minimalista y repetitiva, o por lo mismas causas, reflexiva y propicia para la introspección.
En suma, considero que esta obra expone un conjunto de ideas muy trascendentes, y lo consigue hacer mediante una puesta en escena de gran belleza y maestría, con una gran claridad, de modo que a la vez puede uno percibir estas ideas como posibilidad y sopesar sus posibles consecuencias desde perspectivas no idealizadoras, complejas, fecundas y sugerentes. Esto último, claro, luego de unos días de asimilación del material por parte del espectador, ya que encuentro la obra abierta a múltiples interpretaciones. Opino que la propuesta podría inclusive generar elementos para desarrollar un conjunto de obras referentes a los temas de la libertad, el proceso de descubrimiento personal y la construcción de relaciones afectivas.
En Deriva encuentro una pieza de un gran lirismo, ejecutada con precisión y limpieza técnica. Dentro de la obra se exploran modos de movimiento de una manera ascendente en autonomía y autenticidad; me explico: al inicio los movimientos parecen surgir como por efecto de cuerdas que halan a la bailarina como si ella fuese una marioneta –efecto por demás muy bien logrado–, y a medida que transcurre la pieza podemos ver repeticiones y variaciones sobre el conjunto de los elementos de movimiento iniciales que se van haciendo más ricos y mas fluidos, y si se quiere, más orgánicos.
Resulta muy cautivante la manera como se utiliza un mecanismo que he dado en llamar tensión creativa; relacionada con la evolución de la calidad del movimiento dentro de la pieza, la ejecutante va creando a lo largo de cada ciclo de variaciones un estado de tensa expectación mediante el cambio en la frecuencia y velocidad de las repeticiones, así como con la naturaleza misma de los movimientos, ahora concéntricos, luego excéntricos, unas veces amplios, en otros momentos cerrados, consiguiendo así mantener un estado de alerta por parte del espectador, y trasmitiendo a la vez la sensación de estar presenciando un proceso creativo en plena marcha, una suerte de evolución in situ.
Como en la pieza anterior, la iluminación resulta de una gran belleza; es a la vez delicada y efectiva en cuanto resalta momentos de inflexión claves a lo largo de su ejecución; al enterarme, luego de la función, de que la pieza era una improvisación, resultó aún más admirable para mí el uso tan acertado de la luz; hay una parte en la secuencia final en la cual, como si se cerrara con un bello epílogo un relato épico –una épica que pasa no por realizar un destino sino por descubrir un sentido–, la ejecutante danza a contraluz de modo que su forma se hace imprecisa, sugiriendo en mí la idea de que la potencia de ese ser, su transcurrir, su proceso, constituyen la definición de su condición, que esta silueta que se hace difusa representa el mundo de la ilusión, el cual, no obstante, representa nuestra manera de conocer, ya que si no es conceptualizando, categorizando, transfiriendo, ¿cómo le damos sentido a lo que percibimos y llamamos lo real?
Este juego de contraposición entre proceso de desarrollo de una identidad y luego su virtual invalidación, el llevar a sospechar sobre su carácter definitivo, constituye un feliz aporte de la pieza. Al igual que sucede en Degradé, pienso que la autora no cae en soluciones sencillas para los muy jugosos problemas que plantean las obras. Por lo que veo, disfruta de la buena práctica de ponerse a sí misma en duda, lo cual resulta reconfortante en un mundo que a veces aparece hecho de cerradas esferas que solo se reconocen al reflejarse unas en otras más o menos claramente, simplemente devolviéndose una idea borrosa de lo que piensan acerca de sí mismas, un lugar a veces lamentable donde la voz ajena no se escucha y la propia no se conoce.
Finalmente, pienso que las dos obras están bella y limpiamente ejecutadas, y además son muy ricas en cuanto a la cantidad de ideas que proponen, evitando caer en un discurso pedagógico; por el contrario, resultan estimulantes en su naturaleza dialéctica, en proponer, ser y verse, y nunca darse por concluidas o conocidas.