Videodanza: transgenerismos y abrazos de autor

Videodanza parece tener problemas de género. ¿El videodanza? ¿La videodanza? ¿Femenino o masculino? La (lo) llamaré (El, la) videodanza porque veo en este trastorno de identidad una virtud que no se puede castrar, y no una enfermedad como muchos “especialistas”  de géneros artísticos le han tratado de sentenciar.

(El, la) videodanza es entonces un ser transgénero. Está transitando entre lo masculino y lo femenino y de esa misma manera se resiste a dejarse asignar una etiqueta, unos límites, unas características ya sean formales o de contenido, una definición. Hablando de definición es bien curioso que en muchos festivales de videodanza se incluya en la convocatoria la definición de qué es videodanza,  esto me resulta extraño ya que rara vez en convocatorias de cine documental o de danza contemporánea o hasta del mismo videoarte (familiar muy cercano de (el, la)  videodanza) aparecen este tipo de aclaraciones. Al parecer este ser híbrido, mutante, zombie transgénero, parece una incómoda amenaza hacia  las buenas normas de lo que es arte, y para ello qué mejor manera de domarlo que definirlo.

Este ser transgénero indomable es seductor, a mi me seducen sus curvas indefinidas,  sus coqueteos con otras disciplinas, sus apuestas sencillas con poco maquillaje y mucho corazón, sus apuestas superproducidas con todo el maquillaje que se atraviese, su bajo perfil, su apertura a convivir con otros seres.

En estos días a través del correo electrónico le propuse a algunos amigos que me escribieran de manera espontanea ¿qué es videodanza?, lo hacía para saber si (lo, la) nombraban femenino o masculino y poder corroborar así mi teoría del transgénero, pero aparte de poderla corroborar me di cuenta que muchos al final me decían: Un abrazo (para despedirse, obviamente) y  pensé que quizá (el, la) videodanza es eso: Un abrazo, un abrazo que se materializa en el encuentro entre bailarines y realizadores audiovisuales o viceversa, entre bailarines que quieren encontrarse como realizadores audiovisuales, o realizadores audiovisuales que quieren encontrarse como bailarines. Un abrazo.

Entonces este abrazo es la naturaleza de su proceso creativo en donde el video (masculino) y la danza (femenino) se encuentran para seguir en continuo tránsito y confundirse. Por ello ese encuentro, ese punto del proceso creativo, es quizá el común denominador de todos (los, las) videodanzas; de esta manera si en algún momento (el, la) videodanza se quiere definir,  la definición quizá no esté en los productos sino en el proceso, en el abrazo transdisciplinario.

La primera vez que vi (una, un) videodanza fue en mi clase de apreciación del videoarte en la universidad, recuerdo muy bien la imagen del bailarín Merce Cunningham junto a los sonidos del músico Jhon Cage  bajo el abrazo del videoartista Nam June Paik; era un fragmento de una de las piezas fundamentales del videoarte:“Global Groove” (1973), en donde se traía el concepto de la aldea global, creado por Marshall McLuhan, transformado en una crítica hacia la saturada comunicación global instaurada por los abusos de los mass media. Un collage de imágenes de archivo de televisión mezclado con acciones de artistas sonoros, escénicos y visuales, aplicando quizá ese concepto de aldea global en el arte a través de lo transdisciplinario. Hasta el momento en la academia (estudiaba cine y TV) me habían enseñado la senda de la creación como eso, como UNA senda, no como la posibilidad de dudar, de salirme del límite o de jugar a abrazarme con otras disciplinas. “Global Groove” se presentó para mí como esa posibilidad de jugar con el lenguaje, para quitarle o reinventarle sus códigos y sobretodo trajo la posibilidad de la transdisciplinariedad [1].

Ahora entiendo que en el momento en que vi esta pieza de videoarte se abrió el camino  para crear seres transgénero, para crear mis propios seres, en donde  no importaba si se salían de control por momentos porque era en ese caos donde podía encontrar algo de autenticidad como creadora. Lo vine a confirmar años más tarde cuando empecé a hacer danza contemporánea e improvisación en un espacio no académico e informal, donde por fin se me preguntó cuál era mi propuesta como autor, y aunque nunca he tenido del todo una respuesta ya está zanjada la duda, o quizá la duda es la respuesta y mi duda creativa constante se materializa en (el, la) videodanza y, no lo puedo dejar por fuera, el documental de creación.

Reconozco entonces en (el, la) videodanza un espacio de abrazo interdisciplinar que permite emerger propuestas de autor (en constante duda). Román Gubern, el crítico e historiador de cine, hace referencia a ese concepto de autor que se gestó en el movimiento cinematográfico de la Nueva Ola Francesa:

“La autoría de los realizadores se enfrentaba polémicamente al “cine de productor”, motivado únicamente por razones mercantiles, y al “cine de guionista”, encausado en el caso francés por su pedantesca sobrecarga literaria (…) el concepto singular de autor es complementario de las tendencias colectivas que representan tanto las escuelas nacionales como los géneros. Las tendencias se definen por un estatuto colectivo y diacrónico, mientras que el autor define una singularidad individualizada”

Partiendo de lo que dice Gubern quizá (el, la) videodanza plantea unas ciertas tendencias estilísticas, pero que no sobrepasan las singulares e innumerables propuestas de autor, una apuesta que desarma la colectividad para entrar en la individualidad de cada proceso-abrazo transdisciplinario.

Un ejemplo en donde se evidencian este tipo de individualidades es cuando (el, la) videodanza es creada(o) sin intensión; me refiero a esos casos en que algunos creadores llegan a resultados parecidos a lo que es (un, una) videodanza sin ni siquiera proponérselo. A ellos los llamaré: “creadores involuntarios de videodanza”, un ejemplo cercano lo veo en este corto experimental del director de cine de ficción y documental colombiano, Luis Ospina, llamado “autoretrato dormido”, en donde hay una relación del cuerpo en movimiento y la cámara. Me encanta pensar que es (el, la) primer(a) videodanza hecha en Colombia, partiendo de considerar que la misma concepción formal de la danza está, desde hace mucho tiempo, transitando en espacios difusos en donde las acciones cotidianas hacen parte de su propuesta, en este caso es el cuerpo dormido:

Todo ello me lleva a una conclusión: (el, la) videodanza quizá se deba apreciar desde los autores, desde sus particulares procesos de creación y no desde la óptica absolutista de UN género; los géneros atienden a productos pero como ya lo dije aquí lo que hay en común es el abrazo transdisciplinar, no las formas, ni la técnica, ni las planimetrías, ni los conceptos de montaje, ni las narraciones o las abstracciones. Eso va en cada autor. De este modo (el, la) videodanza es un ser transgénero que tiene tantas cabezas como autores, no camina por una sola senda, le gusta ser un errabundo.

Un abrazo.


[1] No es gratuito que las retinas electrónicas de Nam June Paik se hayan puesto sobre Cunningham, quien también estaba volviendo difuso y borroso el aspecto formal de la danza, incluyendo las acciones cotidianas y encontradas dentro de sus propuestas dancísticas.

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