Ahora sí, a la luz del tiempo, podemos entender el enlace a veces invisible de las causas y los efectos. Al principio, al observar aquellos primeros ejercicios coreográficos, no imaginamos la ruta que habría de tomar cada movimiento; pero ahora, diez años después, podemos ver lo que ha venido a desencadenarse.
Una pieza de danza, y cualquier obra de arte, más que un cuadro expuesto en una fecha precisa del calendario, es un proceso que se construye con el paso de los días, y que se sigue tejiendo con el concurso de cada espectador. Es a esa dinámica de construcción continua a la que le ha apuntado el Centro de Experimentación Coreográfica (CEC).
Entre las piezas de cada temporada, hubo algunas que encontraron su último punto de evolución en las jornadas de muestra que cerraban el proceso de cada año, y hubo otras que siguieron desarrollándose en otros espacios y otros escenarios. Unas y otras, al fin de cuentas, conforman el paisaje creativo del CEC. Tal vez uno se olvide de ciertos ejercicios, de intentos a veces fallidos, o de apuestas modestas que se presentaron una sola vez en la vida, pero de seguro toda esa energía ha contribuido para mantener en pie aquello que se ha ido levantando con el paso de este tiempo.
Después de los primeros ejercicios, poco a poco se fueron consolidando procesos impulsados en este espacio; hay más de una decena de proyectos que han logrado una cierta relevancia en el campo de la danza y el arte escénico, y que han sido motivados o se han alimentado en el Centro de Experimentación; uno podría relacionar con el CEC los procesos de La Arenera, de ConCuerpos, de Eduardo Oramas, Rebeca Medina, María Isabel Cañón, La Resistencia, y la revista el CuerpoeSpín, entre muchos otros, y más allá podría también identificar la huella de maestros diversos: Marianela Boan, Natalia Orozco, David Zambrano, Iñaki Azpillaga, Dominik Borucki, Rafael Nieves, Ilse León…
Pero quizás lo más importante haya sido mantener vivas las preguntas alrededor de la creación escénica. No se ha tratado nunca de establecer fórmulas para llevar a cabo un proceso coreográfico, sino de buscar los caminos de cada cuerpo, de cada pensamiento, y de poner en juego esas maneras de hacer, de permitir que el resto del colectivo plantee nuevas inquietudes frente a las ideas de cada creador.
El CEC fue formulado en el 2005 por Zoitsa Noriega, Sofía Mejía y Bellaluz Gutiérrez, como un proyecto adyacente de la Fundación Danza Común, y al cabo ha venido a constituirse en una fuente bien importante de movimiento y pensamiento, no solo para Danza Común, sino para los creadores que llegan de diferentes espacios de formación o de otras compañías de danza. Al fin de cuentas, mucho más que un plan de formación, ha sido un lugar de encuentro e intercambio, en el que ha sido posible ensayar, equivocarse y volver a lanzar las preguntas, experimentar en todas las dimensiones posibles, y después, tal vez, presentar una que otra pieza de danza… y a veces desarmarla para volver a comenzar. Y a veces simplemente dejarla en la memoria. U olvidarla. En todo caso, mientras siga habiendo experimentación, mientras se sigan abriendo preguntas y propiciando encuentros, la obra fundamental, la coreografía global y colectiva, no dejará de estar en construcción.