Yo tenía quizás 19 años y unas ganas irrefrenables de ser bailarín cuando conocí a Francisco Díaz (o Pacho, como suelen decirle a todos los Franciscos). Yo tenía quizás 18 la primera vez que lo vi, en un olvidado estudio de danza de la carrera 8 con calle 57, aquí, en la ciudad de Bogotá. Recuerdo perfectamente verlo estirar en el vestier, haciendo esa secuencia que absurdamente llamamos saludos al sol (ahora que lo pienso, no es de mi total certeza afirmar que ese fue el primer momento en que de veras lo vi, aunque creo saber, o suponer, que es el primer recuerdo que albergo de él)…