Los rastros: el ropero, la cama, los amuletos, la ropa usada, el esmalte, la loción, las pinzas, la esquina, la lámpara, la copa, el vaso, el plato, la fotografía, la colcha. El mito de Cirene alude a esa mujer guerrera que dejó las labores femeninas para irse a cuidar los rebaños de su padre y a cazar. Zoitsa Noriega presenta una contrapropuesta, o quizá sea más bien una lectura superpuesta al relato, entrevistando a mujeres en sus hogares, todas ellas guerreras posicionadas de su feminidad. A través de una proyección de video escuchamos, desde cada recoveco y cada objeto que habita sus hogares, sus voces que afirman la concepción de ser mujer hoy. El rastro es la huella que ellas dejan en sus hogares y en los objetos que habitan en ellos.
La otra casa: Posteriormente, el performance continúa invitándonos a los espectadores a habitar el espacio escénico. Un mapa que, al estilo de la película de Lars Von Trier, Dogville, presenta el espacio como un lugar común en el que las fronteras se marcan con líneas de cinta blanca sobre el suelo, y los lugares se nombran con un cartel. Las fronteras que dividen “la casa” del “el bosque”, de “la ciudad” y de la “la otra casa”, son ambiguas, abiertas y difusas; el bosque se confunde con la casa, “la otra casa” se confunde con el espacio escénico. No sé exactamente qué le pertenece a la casa y qué al bosque, no sé qué me diferencia como espectadora habitando el mismo espacio híbrido entre la observación de las acciones y mi posición dentro de este mapa que, inevitablemente, me involucra y de alguna manera también me pertenece. Cada uno de estos lugares son espacios de resignificación de los valores del lugar de lo femenino. La poderosa torre de vajilla y de cristal que Zoitsa construye durante aproximadamente siete minutos, dentro de todas las lecturas que esto pueda tener, me llevó a pensar en fuerza, en vez de fragilidad, en la tenacidad de la determinación y en el poder de la guerrera ninfa.
Cirene: “…lleva su palma de la mano y parte de su brazo hacia las fauces de un tigre”, y no siente miedo. Este performance está repleto de sentido, permeado de iconografía femenina de la vida cotidiana, de rastros, de indicios y, sobretodo, de lugares intermedios que abren las fronteras entre lo frágil y lo heroico, entre el mito y las realidades cotidianas, entre lo simbólico y lo facto. Me lleva, como espectadora, a participar de la maravillosa experiencia de cada sutileza de las acciones y de cada elemento puesto en escena.
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El rastro de Cirene, performance dirigido por Zoitsa Noriega, se presentó recientemente en el marco del Festival Impulsos de Bogotá.