Érase una vez … A y B

Érase una vez…, este pudiera ser el subtítulo para esta pieza, ya que surge de los discursos de las dos ejecutantes. Mezclando hechos y ficciones, construyen sus trayectorias amorosas con relación a la danza, pues se describe la relación con la misma como una pasión, como un elemento constitutivo fundamental de la historia personal; el descubrimiento de la experiencia dancística se define como un punto de inflexión vital.

La danza llega a entrelazarse con todos los aspectos de la existencia, mucho más allá de ser el marco base para un proyecto de vida; la danza se constituye en un lenguaje, es decir, en una manera totalizadora de estar en el mundo, de subjetivarlo y generar reflexión y acción sobre el mismo.

En un primer cuadro la danza se construye visual y oralmente; mientras se enuncian y ejecutan  los movimientos que construyen la pieza que se representa, se desarrolla un juego de contacto entre las intérpretes. Es como si se nos mostrara cómo los elementos tan formales –abstractos, si se quiere- de la danza, se van convirtiendo en mecanismos que permiten el conocimiento propio y la comunicación.

Las historias narradas desnudan el centro de las historias y los anhelos, las épicas vividas y soñadas por las intérpretes; son un bello documento donde podemos decir, parafraseando a Almodóvar en “Todo sobre mi madre”, que uno es más auténtico cuanto más se parece a lo que soñó sobre sí mismo.

Luego presenciamos dos solos ejecutados con pasión y deleite que nos dejan ver las dimensiones afectivas involucradas dentro del hecho dancístico para las intérpretes. Son dos canciones que se bailan con gran limpieza técnica y, valga recalcarlo, evidente hedonismo.

Esta es una pieza que apuesta por una narrativa que parte de la apropiación de la danza como vehículo expresivo y comunicativo, un experiencia cuya base es el placer del movimiento que permite integrar orgánicamente una nueva dimensión comunicativa a nuestro ser.

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