Cuerpo, razón y danza

Imaginen entonces un bailarín que, después de largo estudio, devoción e inspiración, ha alcanzado tal grado de comprensión de que su cuerpo es simplemente la manifestación luminosa de su alma.[1]
Isadora Duncan.

 

Borrar fronteras, superar dualismos, establecer conexiones. Esas fueron algunas de las tareas que me propuse en la tesis de pregrado que elaboré para obtener el título de comunicadora social y que pretendía mostrar cómo la danza, tomando como referencia a Isadora Duncan Pina Bausch y DV8, superaba el dualismo entre alma-cuerpo o razón-sentidos promulgado por la filosofía de Platón, Descartes y Kant[2].

A partir de este trabajo, empecé a tener  una intuición, sentía que la danza era capaz de demostrar que la separación entre alma-cuerpo o razón-sentidos era una quimera idealista. Era capaz de entender, de vivir en mi cuerpo esa realidad, mientras leía filosofía dualista, bailaba y no era capaz de comprender cómo podíamos ser individuos fragmentados. De alguna manera supe que en el cuerpo se encarna nuestra realidad incorpórea: las palabras, puesto que estas tampoco existirían sin un cuerpo que las pronunciara. Al bailar entendemos esta realidad, porque el ser-ahí de la existencia del bailarín, le recuerdan, día a día, que él o ella no podrían ser sin su cuerpo. Su danza no sería sin un cuerpo.

No obstante, a través de la historia han existido doctrinas y corrientes de pensamiento que promulgan que el cuerpo es la cárcel del alma, que los sentidos son un vehículo que conduce al error, que estos no son capaces de dar cuenta de la realidad. Estas doctrinas tienen a la razón como una fuente pura para acceder a la verdad y al conocimiento. Aunque parezca extraño, existe un fenómeno que hace que los individuos crean que su alma está en su cuerpo y no que su alma es cuerpo. Al creer lo primero, se pueden crear mundos que busquen un consuelo a nuestra muerte, mundos eternos, que nieguen la finitud y variabilidad inherente de las sensaciones y la existencia.

Al crear estos mundos trascendentes, corremos el peligro de volvernos seres llenos de desesperanza porque consideramos que nuestra existencia será eterna y verdadera después de nuestra muerte. También, podemos llegar a creer que el conocimiento de las cosas, tal y como son, nos es imposible. Podemos quedarnos sumidos en la desesperanza de no poder conocer el mundo trascendente que imaginamos, o aceptar nuestra realidad sensible, disfrutarla, jugar con ella y crear simulacros que hagan de las sensaciones una materia prima para crear; esto hace la danza. Por ejemplo, Isadora Duncan fue una bailarina y coreógrafa norteamericana que  siempre supo que su cuerpo era la manifestación luminosa de su alma. Ella quería un despertar de la tragedia griega porque en ésta, el arquitecto, bailarín, músico y escultor, convergían para hacer del acto trágico el simulacro perfecto de las sensaciones humanas de dolor e impotencia ante la finitud de la existencia.

Cuando creemos que el cuerpo es el alma, consideramos nuestra existencia como finita y mutable. Existen dos opciones: lamentarnos ante nuestra impotencia humana o aceptarla y vivir en este mundo con plenitud, sabiendo nuestras inherentes limitaciones. Al aceptar que somos seres sensibles, podemos empezar a adoptar otra posición en nuestras vidas, valorando todo lo que nuestros sentidos nos proporcionan, sin lamentarnos ante nuestra muerte y variabilidad. Al entender que somos cuerpo, sabemos que este no es un objeto en donde se instala la vida, sino que es la vida en sí; lo cuidamos, porque sabemos que es nuestra existencia, que nada sería posible sin él.

De igual manera, las pasiones se han visto como un obstáculo que  nos impide organizar la vida en sociedad, deseos que impiden el correcto funcionamiento de nuestra vida en comunidad. Coartando la expresión de las emociones, se crearon instituciones como la escuela para educar, además de mecanismos de control individual que lograron que los individuos se apropiaran de normas.

Los términos higiene y urbanidad, aparecieron solo en el siglo XIX, con estos, se dieron una serie de instrucciones a los individuos, que limitaron movimientos corporales y expresiones, buscando el equilibrio social. De igual manera, se establecieron consensos sobre cuáles comportamientos eran correctos e incorrectos y se establecieron fronteras que dividieron a los locos de los cuerdos, a los capaces de los incapaces, a los ricos de los pobres, al alma del cuerpo.

Podemos llorar, podemos estar llenos de angustia, son estados naturales. Al controlar la expresión de las emociones en público y negar el conocimiento que nos proporcionan los sentidos, también pudimos negar las diferencias relacionadas con lo sensible y con el cuerpo. Buscando la perfección, se llegó a marginar a todos aquellos que no estaban dentro de los ideales de perfección y belleza, promulgados por nuestro deber ser, inspirados en la virtud de la razón.

Sin embargo, toda estructura hegemónica tiene puntos de fuga[3], la danza, a finales del S. XIX, empieza a cuestionar el papel del cuerpo en la sociedad y en la vida del ser humano. Bailarinas como Isadora Duncan o Loïe Fuller hacen del cuerpo el eje central de la vida. Buscaban el retorno a un cuerpo “natural”, una danza inspirada en los movimientos de la naturaleza, del vuelo de las aves o de las olas del mar. Para ellas, el ser humano puede hacerse consciente de la vida a través de las sensaciones, somos seres sensibles, los sentidos  pueden proveer conocimiento y verdad.

El toque de vida está dado por lo que somos capaces de sentir, expresar y crear con nuestro cuerpo. Nuestra naturaleza es sensible, al negar nuestras sensaciones, impulsos y deseos corremos el riesgo de convertirnos en seres reprimidos. ¡No te está permitido llorar! ¡Controlarás tu risa! ¡No demostrarás afecto! ¡Comerás correctamente! Son máximas que se escuchan por doquier.

La danza irrumpe y transforma estos deberes en material creativo, además de mostrar la vida real de nuestra humanidad, que no está desprendida de la capacidad de soñar y crear simulacros en y de la existencia. Lloramos, reímos, amamos, somos seres afectivos. Sentimos. Sensaciones humanas que Pina Bausch, en el siglo XX, utilizó como herramienta fundamental para entrenar el cuerpo de sus bailarines, sensaciones que permiten conocer el mundo que nos rodea, sensaciones que muchas veces negamos. Una conejita playboy camina por el campo, sola, no puede sostenerse bien porque sus tacones y angustia no se lo permiten[4]. Una mujer se toca, se acaricia, mientras Purcell la acompaña con la aria ¡O let me weep, for ever weep![5]

Pina 3

 

 

 

 

[6]

La danza fue capaz de hacerme comprender que existen diferentes visiones de mundo, que no hay solo una forma de entender lo que nos rodea. Además, los sentidos son parte fundamental en el conocimiento, porque sin ellos no seríamos capaces de identificar nuestro dolor o alegría, y sin saber qué nos produce placer o qué displacer, nos es más difícil reconocer en el otro las causas de estas sensaciones. La máxima: conócete a ti mismo, podría ser cambiada por: siéntete a ti mismo y sentirás al otro.  Separar al alma del cuerpo o a la razón de los sentidos nos llevó a negar nuestra realidad sensible. Sin embargo, no se trata de negar al cuerpo, ni a la razón, sino de entender que no se puede construir conocimiento si consideramos a la razón o alma más importante que al cuerpo o los sentidos. Lo importante no son las divisiones, sino las transiciones en donde dos cosas, aparente disímiles, pero inseparables, se conectan, nos rigen palabras, como las leyes, pero estas leyes, para llevarse a cabo, deben ser encarnadas en un cuerpo.

La danza es capaz de hacer visible esa transición en donde se conecta la razón con los sentidos. Somos seres afectivos, está en nuestra naturaleza afectar y ser afectado a través de las sensaciones y emociones. También, como seres humanos tenemos la capacidad de crear y pensar a partir de los contextos vitales en donde nos desarrollamos, somos afectados por la realidad y, de igual manera, la afectamos. Duncan y Bausch fueron capaces de transmitir corporalmente sus ideas alrededor del movimiento, la danza, el cuerpo y la sociedad en la cual vivían. Algunas puestas en escena nos recuerdan que nuestro cuerpo no es un objeto en donde está inserta vida. Este es afectado por creencias culturales que lo normalizan. El bailarín, al tener como instrumento principal de creación a su cuerpo, sabe que su danza no sería posible sin lo sensible. Al danzar se aprende a disfrutar de sus sensaciones; creamos mundos imaginarios bailando en lo real, como aquella eternidad que erigimos en nuestra efímera existencia.

 


[1] Duncan, I. (2003). El arte de la danza y otros escritos. Madrid: Ediciones Akal.

[2] La tesis de pregrado ¿Cuerpo y Alma? Comunicación corporal: una geografía de la danza puede consultarse en http://issuu.com/dianaalejandratrujillo/docs/tesis_diana

[3]Deleuze, G., & Guattari, F. (2002). Mil mesetas: capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-textos.

[4] Bausch, Pina. (Dirección). (1990). Die Klage Der Kaiserin.

[5] Bausch, Pina. (Dirección). (1978). Café Müller.

[6] Café Muller. Puede ser vista completa en el siguiente enlace: http://www.youtube.com/watch?v=pEQGYs3d5Ys

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