Fio a fio

Obra: Fio a fio.
Compañía: Giselle Rodrigues y Édi Oliveira.
País: Brasil.
XI Festival Danza en la Ciudad
Fecha de función:
19 de noviembre de 2018.
Teatro:
Casa del Teatro Nacional.

Por Rodrigo Estrada

El escritorio y la jarra plateada, el florero y las flores, la mesita de servicio, las cortinas, los bancos y la silla de terciopelo, la jarrita de alpaca del té y la palangana, el perchero de pie en madera, el portarretratos y la lámpara de caperuza de tela,todo aquello nos sitúa en un tiempo ya pasado, un tiempo al que, de alguna manera, estamos vinculados. El lugar se nos hace familiar. Después de ubicarlo en nuestros recuerdos resulta ser nuestra propia casa. Hay un silencio de movimiento que nos permite recorrer ese espacio con la mirada. Los dos cuerpos–también conocidos–, que están frente al escritorio y que, desnudos, nos dan la espalda, permanecen inmóviles. Si nosotros vemos en ellos, y en las cosas, un fragmento de nuestra memoria, ellos parecen mirar un pasado todavía más remoto. 

Empiezan a vestirse. Son dos cuerpos lentos que llevan por dentro la propia casa y todos los años que acumulan los objetos. Al levantarse de los bancos se van en busca de nada. Él gasta los minutos en ponerse los zapatos, ella lo persigue queriendo ajustarle un suéter;y así se les pasa el día. Lentamente también bailan, también caen y se rescatan. No se hablan nunca, pero no parece haber nada que se le escape al uno del otro. El tiempo, sin ninguna indulgencia, les sigue trepando al cuello, y los hábitos adquiridos, las pastillas, las largas (breves) horas de pesar o de vacío, son las señales de que todo paso que dan es un paso al borde del precipicio. Piensan en la muerte, probablemente, a la que ya casi pueden alcanzar, y también en aquel otro océano oscuro que es lo perdido. Rodeados por esa doble oscuridad, vuelven entonces a bailar. El baile, así como los objetos, vive en ellos, y estará siempre, permaneciendo en algún lugar, en esa misma casa tal vez, aun cuando ellos hayan desaparecido.

Una frente al otro, hilo a hilo, han ligado sus días y sus almas. En esa unión se concentra toda la belleza de la vida (y de esta obra), pero también la mayor de las tristezas, porque no existe hilo tan fuerte que Átropos no pueda cortar. Es muy frágil aquello que parece inseparable. Con un corte de tijera invisible ha de llegar la muerte. Sin embargo, antes de la muerte viene la locura. Él vaga como un fantasma por esa casa que se le hace cada vez más amplia, y ella, que ha perdido el sentido de su tiempo y su espacio, intenta volver a poner todo en su lugar, logrando siempre el efecto contrario. Todo aquello que había permanecido en una tibia tristeza (tristeza de luz amarilla, de chirriar de maderas, de tango y bossa nova) es ahora arrastrado por una vorágine irreversible. Es casi el final.

La última imagen de esta pieza nos muestra a un par de viejos descansando y riendo sin motivo aparente bajo la luz de un atardecer que se apaga con ellos. Esos viejos son nuestros mayores, y, por una extraña operación de la magia, somos también nosotros mismos. Tan en ellos somos que bastará una curva más del tiempo para estar y reír de la misma manera en que lo hacen, por cualquier tonto y hermoso recuerdo. Seremos viejos, si el tiempo lo permite, y volveremos a esos mismos muebles, que no dejarán de esperarnos, y al fin aprenderemos el oficio de la compasión.    

Fio a fio es una oda conmovedora y profunda a la vejez, dirigida e interpretada por Giselle Rodrigues y Édi Oliveira. Es un fragmento de belleza memorable que, de alguna manera, ya habitaba dentro de quien escribe esta nota.     

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