Jornada de limpieza

…porque esta obra, siento, lo que hace es abrirle un roto a la conciencia de quien la ve, hacer que volvamos a sentir lo que mucho ocultamos: que somos de alguna manera cómplices (o que somos complacientes) de una sociedad narcoparamilitarizada, violenta, macabra… y las imágenes que hay allí pueden sugerirnos muchísimas cosas: la tranquilidad con que matamos, el horror que se esconde tras la blancura y la corrección, el terror mostrado de una forma tan banal, tan cotidiana… y nosotros aceptando esas cosas como si nada, olvidándonos de todo a cambio de una cajita feliz de Mc Donalds…
Rodrigo Estrada
Foto Zoad Humar / 2010

“Jornada de limpieza” es un performance dirigido por Alejandro Cárdenas. Se estrenó en agosto del 2009 en el Museo de Arte de la Universidad Nacional, como tesis de grado de la maestría de Artes Vivas de esta institución, y fue presentada el pasado febrero en la Factoría – L´Explose en el ciclo: Lunes y Martes de Performance.

La obra inicia con un hombre desnudo, Alejandro Cárdenas, acostado boca abajo, con todo el cuerpo de perfil al público. Oímos su respiración pausada amplificada, no vemos su cara porque tiene puesto un casco rojo de motociclista. Del techo, cuelgan guantes amarillos de hacer aseo, parecen manos, porque los dedos están abultados, se ven llenitos, con vida.

A este espacio entra una señora del aseo con delantal y guantes, trayendo una carretilla con piedras. Se detiene al lado del hombre y se arrodilla para ponerle las piedras, en su espalda. Sentimos el cuidado con que son puestas esas piedras; sentimos esa presencia que está ahí para “simplemente” realizar una acción. La mujer recoge las piedras, sin agregar  proyección escénica, simplemente concentrada en ponerlas unas encima de otras, una por una, sin que se caigan. Sentimos el equilibrio de una torre de tres o cuatro pisos que va pesando sobre esta espalda, creando una tensión entre el cuerpo tendido y los ojos de los espectadores.

Cuando Cárdenas se queda solo en la escena, comienza a incorporarse cuidadosamente,  como si quisiera mantener las piedras encima, pero inevitablemente, van cayendo una por una al piso, mientras se va parando. Escuchamos el sonido amplificado de las piedras cayendo, el roce de su cuerpo con el piso y las alteraciones en su respiración, casi podemos sentir el pulso de su corazón.

Cuando finalmente queda apoyado en sus pies, con la columna erguida, se voltea para quedar de frente a los espectadores, desnudo, vulnerable y agresivo. Rebosando a la vez juventud, alevosía, timidez y miedo. Entonces, se dirige a los guantes colgados del techo y con un cuchillo comienza a cortar abruptamente un dedo, dos dedos, tres dedos en cada guante. De cada uno cae sangre espesa que le chorrea el casco, los hombros, el pecho, el abdomen, la espalda. Aunque solo vemos un cuchillo y en la sala solo se escucha su respiración, podemos imaginar motosierras.

El performer lucha con sus pies para mantenerse en pie y caminar, porque ahora el suelo es un campo de sangre de tomate. El escenario se convierte en campo de batalla; se siente la guerra, la mutilación, la extorsión, los falsos positivos y los campesinos, como si dijera: estamos en Colombia, no lo olvide nunca.

Después entra un señor alto, vestido de blanco trayéndole una bandeja con papas fritas, hamburguesa y Coca-Cola de Mac Donnals, “el combo feliz”.

Foto Zoad Humar / 2010

Cárdenas coge una papa, después otra y las va untando en la salsa de tomate que le escurre por el cuerpo, y mientras se las come, cuenta varios chistes donde se celebra algún tipo de  discriminación.

Todos los chistes son distintos, pero la estructura se repite:

Hace una pregunta animando y desafiando al público:

-¿Alguien sabe qué es una mujer embarazada de mellizas?

Entonces se responde él mismo “haciendo el chiste”:

-Un kit perfecto de limpieza.

Se queda en pausa, y alza los brazos al cielo diciendo triunfalmente:

-Risas.

Monta esta pequeña obra de teatro, este stand up comedy en medio de su obra, y uno siente una mueca por dentro, una desazón sin límite, un grito sordo que a la vez tiene un humor macabro por esa manera de organizar la secuencia, por la forma de interpelar al público, por preguntar a los ojos acerca de un comportamiento cotidiano. ¿Cómo nombramos las cosas? ¿De qué nos reímos?

Son varios chistes donde no se oye la risa de nadie y donde se genera un ambiente denso entre la escena y el espectador, por los silencios que crea, por esa forma de untar y comerse las papas, por ese tono desafiante, irónico, rabioso y sonriente en la voz, que simultáneamente encarna a un imbécil y le hace una crítica.

El señor de blanco que hasta ahora le ha servido de mesero, sosteniéndole muy derecho la bandeja, lo coge a patadas con toda la fuerza que tiene, tirándolo al piso. Sin descanso seguimos oyendo el contacto del zapato contra la piel desnuda y la resonancia en sus músculos, órganos y huesos, sin efectos cinematográficos en el movimiento. Con cada patada le saca el aire y uno puede sentir los hematomas que le va dejando. Es como ver una pelea callejera sin tener la opción de cambiar de rumbo, de voltear la mirada.

Es extraño ver cómo rompen a alguien al frente de uno, por su propia decisión, produciendo placer y dolor en el espectador. Cárdenas encarna no sólo cinismo sino dolor físico. Como si escogiera, como director de la obra, romper a patadas al imbécil que cuenta chistes y el precio que tiene que pagar por esta imagen, es sufrirla él mismo; quedar acabado para terminar por un momento con la estupidez; como si esta paliza extrema pudiera dar cuenta, por un instante, de cuánto nos duele este país o de cuánta rabia nos da lo que está pasando.

Con la respiración agitada, casi sin poder hablar, el performer pregunta:

-¿Ustedes saben por qué los homosexuales no flotan?

-Porque tienen la barriga llena de piedras.

Suenan risas pre-grabadas: ¡JA JA JA JA JA!

Repite la misma pregunta cambiando el sujeto:

-¿Ustedes saben por qué los marihuaneros no flotan?

-¿Ustedes saben por qué los campesinos no flotan?

-¿Ustedes saben por qué las putas no flotan?

-¿Ustedes saben por qué los ladrones no flotan?

Responde siempre igual:

-Porque tienen la barriga llena de piedras.

-¡JA JA JA JA JA!

El espectador regresa inevitablemente a la primera escena, a la de ese cuerpo boca abajo con las piedras encima. La obra da una vuelta y comenzamos a entender lo que había quedado abierto… cuerpos silenciados en cualquier rio, cuerpos oprimidos en cualquier calle. El país se te viene encima con el peso de nuestra desigualdad social, nuestro machismo, nuestros falsos positivos, nuestra guerrilla, nuestros paramilitares, nuestro ejército, nuestro miedo, nuestra indiferencia, nuestro desapego, nuestras formas de enunciarnos.

Aunque los momentos de «Jornada de limpieza» más o menos se puedan contar, hay algo que solo se puede percibir en vivo, imposible de poner en el papel o en la web. La manera cómo transcurre el tiempo; el espesor de cada pausa; la dirección punzante de la mirada; la lentitud para articular palabras y echar los chistes de siempre.

La incomodidad y el gusto que se siente en la presencia de Cárdenas hacen esta obra insoportable y a la vez magnética. Dan ganas de taparse los oídos, pero uno se mantiene atento, aunque quisiera no, aunque quisiera un casco enorme para proteger la cabeza.

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