Obstinada dureza. Llamo a la puerta de una piedra

X ENCUENTRO INTERNACIONAL DE ARTES VIVAS / MAESTRÍA INTERDISCIPLINAR EN TEATRO Y ARTES VIVAS – FACULTAD DE ARTES UNIVERSIDAD NACIONAL / Gesto: Obstinada dureza. Llamo a la puerta de una piedra.  Artista: Felipe León / Directora de Tesis: Sofía Mejía / Apoyo en montaje: Lina Caro, Alejandra Cadavid, Sara Idarraga, Andrea Gamboa, María Martín, Dericson Antonio Rhenals / Acompañamiento de la huella escritural: Alejandra Marín / Diseño de la huella: Natalia Acosta y Federico Ruiz.

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Piedras del suelo, del subsuelo, del cielo,  maderas -siendo- incineradas;  nudillos, rodillas y otros bordes óseos que arrastran, aprietan, frotan, trituran, dejando impresiones en la superficie de madera, y en la piel, el recuerdo de una puerta para siempre cerrada, de herencias que pesan en la cintura, sostenidas  por Julia, Felipe, el papá , el espectro del abuelo con su  bastón tembloroso escribiendo con carbón “déjame entrar”. Obstinada dureza. Llamo a la puerta de una piedra puede ser una cartografía sensible, rocosa y polvorienta que se mueve en relación con la gravedad de durezas minerales,  genealógicas y cotidianas. 


CARBÓN

“somos minerales andantes y hablantes”
Lyn Margulis y Dorion Sagan


I

La voz amplificada de Felipe envuelve el espacio, nos deja saber de durezas cotidianas,  obstinadas en abrir heridas en las pieles, en enderezar los tiempos de las memorias, en endurecer las relaciones y las danzas. Al tiempo, él está apretando, aplastando, triturando, dejando caer,  frotando, esparciendo el carbón sobre una gran tabla que reposa sobre el suelo. 


“… Cuando estamos bailando y te dirijo según mi voluntad…” 
“Cuando me arranco los cueros de las uñas y sangro”


Presenciamos entonces una danza entre las porosas durezas de la madera incinerada  y de los huesos de Felipe que la hacen polvo, durezas que recuerdan que los movimientos y lenguajes de este encuentro son posibles, entre otras cosas, por procesos similares de mineralización.  

Las impresiones que quedan del contacto entre las superficies óseas y el carbón se manifiestan y se adentran en el borde, obstinadamente blando, de la piel  y de la ropa teñidas por el humo. Quedarían rastros en forma de costras en los nudillos y rodillas, que vería días después mientras tomábamos un café, y en forma de trazos polvorientos sobre tabla de madera, que desaparecen cuando Felipe la levanta y la deja caer al piso, envuelto por la  respiración agitada que resuena  y se confunde todavía con el loop su voz en el espacio:


“…Cuando marco con el lápiz tan duro las líneas, que se rompe el papel y toda la mesa tiembla…”
“ …Cuando me quito la costra antes de que la herida sane…” 
“…cuando por querer sujetar firmemente mi pies a los zapatos , se rompen los cordones…”


II

Invocar y desconjurar la dureza puede ser posible en el gesto de construir y de encender una máquina.  

El bastón suspendido de manera vertical tiene un carbón incrustado en la base que lo convierte en una especie de mineral hablante o de gran lápiz,  movilizado por un motor que tira del nylon que lo sostiene. Tal vez solo algunas personas presentes saben que este  era usado por  el abuelo de Felipe para sostener su peso en el caminar y que la máquina que lo agita fue construída por su papá para esta ocasión. Justo debajo hay un cuaderno en el que podemos leer la frase “déjame entrar”. ¿Entrar en dónde,  en las durezas de una piedra, del carbón, de las masculinidades heredadas?


«…Cuando sin darme cuenta aprieto la mandíbula, tenso los músculos de la lengua y no dejo que las palabras salgan…»
«…Cuando me equivoco y no puedo aceptarlo y mucho menos disculparme…»
“…Cuando me tiembla el talón y toda la pierna mientras espero el almuerzo…”


Los movimientos impulsivos de la máquina y de Felipe que, arrodillado y atravesado por la intensidad de esa repetición, desliza el cuaderno  bajo el bastón,  recuerdan el sonido de un llamado insistente a la puerta con las falanges de los dedos,  trazando rayones  sobre el papel en algo así como un  gesto de escritura hacia atrás, que  invoca y  deja entrever el espectro de un abuelo endurecido y tembloroso por el parkinson,  golpeando el suelo de madera.  

Cuando llamas a la puerta de una piedra a quién llamas?,  a tu abuelo o a tu papá endurecidos como piedras?, a tus huesos mineralizados como el carbón?, a esos huesos que en parte  los albergan a ellos?



PIEDRAS


“…Nunca me voy a olvidar que en medio del camino
había una piedra…”
Carlos Drummond de Andrade 


De nuevo las piedras en los quehaceres de Felipe, las piedras y sus pesos, las piedras y sus memorias, las  abuelas del temazcal, las piedras calientes derritiendo la piel, las piedras empiladas de las fotos, las  de regalo,  las que se perdieron;  las del río, las del camino. 

Sostener una piedra transforma sutil y  necesariamente las maneras en que el cuerpo se relaciona con el mundo, sus apoyos, sus caminos musculares, sus articulaciones, sus trayectorias. Las piedras aquí presentes, nos explica Felipe, han sido recolectadas en diferentes geografías y momentos de su vida y cada una tiene un peso diferente, también en su memoria.

Guardar y contener ese mapa sensible y pesado es posible gracias a Julia, la caja de galletas de mantecado, pero también de piedras, de piñas de árbol, de fósiles, la caja que en otros momentos del proceso de este gesto, no hoy, oímos hablar de sus historias de recolecciones y  mudanzas. Felipe se quita el overol, lo pone  en el suelo,  encima pone a Julia , la envuelve y con las mangas que quedan se la amarra a la cintura.


“…Cuando por cargar tantas cosas en la maleta, me traquea la espalda y aun así las sigo cargando…”
“…Cuando creo que puedo con todo…”


Desplazar y cargar las piedras, las memorias, las genealogįas, las geografías, llevando el peso en la cintura, organizando las fuerzas para no caer de frente, haciendo sutiles contrapesos para compensar la carga y hacer más fácil el caminar. Salimos entonces detrás en una peregrinación que iba del Salón de la MITAV al departamento de Geología e Historia, mientras en el camino escuchamos  de la voz de Felipe el relato de un mineral hablante:

“Vengo del fondo de la tierra y del mar, traigo conmigo el magma ardiente volcánico y mineral. Mi apariencia delata cómo me he ido formando en el tiempo, soy sedimentaria, ígnea, cristalizada. Soy también la huella del paso del tiempo, del viento,  soy la erosión, soy las abuelas, el polvo, y el olvido…”  

Ent(er)rar y entregar en/a la tierra las piedras que le pesan en las crestas, en la espalda, en las rodillas, abrirles un espacio en el pasto que las reconoce en su devuelta y las acoge, como una manera de distribuir sus pesos en el mundo y al mismo tiempo vaciar a Julia de algunas de las memorias  recolectadas, en medio del camino que estábamos andando. 



AEROLITO

 
“​La conciencia de la piedra habla desde su centro…”
Rosa Chavez

“En el fondo de la superficie se pregunta por cómo se cuenta la historia”
Felipe 


Huele a humo, a fuego, a madera incinerada.. La invitación es a entrar en el edificio, subir las escaleras hacia la sala donde está, entre otras piedras, el aerolito de Santa Rosa de Viterbo, esa rockstar de la geología sobre la que tanto se ha hablado y por la que han habido tantas disputas de poder. Arrodillado, Felipe la interpela con el micrófono, pero no responde. De nuevo una piedra que no acude a su llamado en este relato, pero esta vez  no es  por su dureza, sino porque el volumen del parlante está apagado.

Después de hacer algunos ajustes a la consola,  una vibración aguda interrumpe en el espacio con el sonido de la interferencia entre ese cuerpo de hierro, el parlante y el micrófono. Escuchamos entonces un ruido que se transforma según se transforman también los apoyos de  Felipe  moviéndose  alrededor de la piedra, acercando y alejando el micrófono que sostiene con  la mano.

¿Qué se actualiza en la relación con el aerolito?,  o ¿qué hace posible este tipo de relación?

Tal vez es la primera vez, o una de las pocas veces que el departamento de Geociencias de la universidad escucha hablar, o bien, sonar uno de sus objetos de estudio. Las vibraciones que emite la piedra en contacto con el micrófono se yuxtaponen con los discursos de la geología, con los mapas cuantitativos y cualitativos de las geografías pegados en las paredes, y ponen en relieve la posibilidad de la escucha de esa piedra que habla desde su centro.

El silencio se instala una vez Felipe apaga el parlante, prolongando las resonancias de la intervención del aerolito. Luego, toma las piedras que Julia guarda en su interior todavía,  pone algunas encima de las otras piedras que hay expuestas en el espacio y finalmente entrega su peso al suelo para poner las últimas que quedan sobre sí mismo, en su cara, torso y piernas.

Las sutiles y concretas dimensiones de las durezas caen por su propio peso en el último momento de esta cartografía sensible y rocosa; recuerdan que para entre-ver, entre-sentir y quizá hacer algo con la gravedad y las potencia de las durezas genealógicas, cotidianas y estructurales, en  palabras de Fanon, “habría que (…) interrogar nuevamente al suelo, al subsuelo, a los ríos y ¿por qué no? también al sol” , al carbón y a las piedras de la tierra y del cielo.

Este artículo ha sido escrito y publicado en el contexto del proyecto «el cuerpoeSpín en la escena 2023», con el apoyo de la Beca Estrategias Novedosas del Programa Distrital de Estímulos de la Secretaría de Cultura, Recreación y Deporte de Bogotá.

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