Bogotá, febrero de 2019[1].
[Tino:]
Hace ya más de dos décadas tomaste la decisión de seguir tu corazón y aventurarte hacia tierras lejanas y rumbos desconocidos. Eran los años noventa, un periodo especialmente difícil y de gran inestabilidad en Colombia, pero a pesar de las incertidumbres que el entorno generaba, con el tiempo pudiste no solo establecerte como creador e investigador en las artes escénicas, sino también comprender las realidades del contexto y construir un diálogo entre estas y los cuerpos en la escena. Al cabo de unos años fuiste invitado por Mapa Teatro para participar en Orestea ex machina. Aquí descubriste un país exuberante, inverosímil a ratos, pero en el que te sentiste muy cercano a tu Navia natal: la similitud de la sabana de Cundinamarca con la vegetación asturiana, la calidez de la gente, y mucho de la herencia cultural.
Pero también te dejaste asombrar por la diversidad de fenotipos en los cuerpos colombianos y su furor y vitalidad característicos, que has sabido llevar a los escenarios, siempre imprimiéndole un toque personal y rasgos particulares a tus creaciones. Las palabras nunca fueron suficientes para comunicar las emociones, por eso encontraste libertad cuando llegaste a la danza, luego de haber estudiado teatro. Esa libertad que tanto añorabas para expresarte, desde que eras un niño. Quizás esa búsqueda de libertad expresiva es lo que también a mí me atrajo hacia la danza a una edad en la que ya era plenamente consciente de lo que ello implicaría.
Recuerdo un tiempo atrás cuando cruzamos un “hola” en La Factoría. Yo estaba súper emocionada por ayudar a coordinar la iluminación para una compañía que se presentaba esa noche en el Festival Mueve Tus Sentidos. No podía evitar pensar en lo valioso de ese escenario y todas las historias (LA HISTORIA) que se han gestado allí a lo largo de tantos años. Especialmente me gustaba detenerme a mirar los posters de obras como La (emblemática) mirada del avestruz[2], y otras creaciones que de la mano de tu gran cómplice Juliana Reyes han sido tan significativas para la danza en Colombia.
Es mucho lo que he aprendido de tus anécdotas durante el tiempo que he estado siguiendo tu rastro. Por ejemplo, he aprendido la importancia de la recursividad, la confianza en el otro y el continuar con el espectáculo de la vida a pesar de los imprevistos que se puedan presentar. Como esa tremenda noche del estreno de ¿Por quién lloran mis amores?, en la que la torre de vasos de cristal se desplomó sobre Lina desde casi el inicio de la obra. ¡Cómo me hubiese gustado estar allí! Presenciar ese momento de tensión y la manera en que todo se resolvió con naturalidad. Al fin y al cabo, la obra no fue sólo lo que sucedió en escena, sino todo el proceso que generaste en Lina durante las improvisaciones de creación: una mujer tan fuerte y de carácter impenetrable, enfrentándose ante sus propias fragilidades, diciendo en voz alta y sintiendo en el movimiento aquello que ella se había prohibido sentir.
Alguna ocasión mencionaste que es en el escenario en donde, como seres humanos, podemos confesar los secretos que callamos. Has dicho que es a través del gesto que permitimos dejar al descubierto, de la forma más honesta y transparente, nuestros más profundos sentimientos. Esto puedo corroborarlo, te digo, y lo he experimentado a un nivel muy personal. Al ser algo introvertida, nunca me he considerado muy fluida a la hora de hablar, y aún más se me dificulta exteriorizar mis sentimientos con otras personas, pero es sólo a través de lo que me permite el arte escénico que he podido canalizar y dejar fluir esa emocionalidad que escondo bajo candados de silencio. Es gracias a la escena (esa cápsula de fantasía de tiempo y lugar alternativos), que me he reconocido como una persona que también puede sentir, que puede mostrarse vulnerable o jugar a devorar el mundo. Es una ensoñación maravillosa, porque en el escenario puedo ser todo lo que no soy, o, a veces, serlo en plenitud. Puedo trascender y abrazar mis errores e imperfecciones.
En nuestra sociedad se nos obliga a reprimir nuestra emocionalidad. Cualquier rasgo de inconformismo, rabia, ansiedad o tristeza deben ser silenciados, y son juzgados quienes los expresan en distintas situaciones sociales. La convención en la vida cotidiana parece ser presentar una imagen de éxito (ya sea en el amor, en las finanzas o en otros aspectos) y decir lo políticamente correcto en cada interacción social. Una de las cosas que más me atraen de tus obras es la manera en que expones y rompes con todas esas pretensiones y con las tensiones que se generan en las relaciones humanas.
Despliegas lo oscuro del mundo interior. Presentas unos personajes cuya desgracia solo puede generar compasión, seres sumidos en su miseria íntima (la que todos, como seres humanos, padecemos en distintos momentos de nuestra vida), personas que quieren dar la falsa ilusión de que todo va bien, cuando en realidad por dentro tienen un nudo de incoherencias y dolores hondos; personas como tú o como yo o como cualquier otro, que, en últimas, sólo quieren ser aceptadas, escuchadas, amadas. Como en El tiempo de un silencio (2004), en la que las divisiones entre el universo femenino y masculino se desdibujan para personificar la complejidad humana, las contradicciones y luchas internas que todos llevamos sin importar nuestro género. En la puesta en escena, la belleza convencional de los cuerpos entra en conflicto cuando son puestos desnudos sobre pequeños baldes y les es arrojada agua con agresividad. Se trata de la agresividad y a la vez de la lástima que genera en el espectador ver la confrontación de los personajes ante sus propias verdades. El agua tiene un manejo interesante en las obras de L’Explose (desde sus inicios en Con los ojos cerrados, tu primera creación en 1991; o L’attente, tu primer cortometraje en 1994), pues el agua se presenta en ocasiones como un elemento que puede ser frágil y fluye, pero también puede ser transformador, potente y sobrecogedor.
Creo que, ante todo, como director, eres una persona que sabe sintetizar el mundo, abstraer la esencia, salirse de las representaciones narrativas y codificar los impulsos humanos con recursos que funcionan tanto en un nivel intelectual como emocional. Y, en conjunto con tu equipo de L’Explose, has creado un sello distintivo, auto-reflexivo desde y hacia la danza, y desde y hacia Colombia en estos veintiocho años en la escena.
Recientemente me atreví a iniciar mi primer proceso de creación completamente en solitario. Claro, en la universidad y en otros espacios había hecho ejercicios de creación bajo algunos parámetros o con otras personas; pero luego de leer sobre tu primera experiencia en Con los ojos cerrados, en la que fuiste a la vez el intérprete y director de Tino Fernández, me aventuré a pasar por un proceso similar a sabiendas de lo fatal que lo habías pasado. Y efectivamente, ha sido un proceso difícil, pero también muy enriquecedor.
Me gusta imaginar que, en esos arduos meses de creación, ese chico, mientras fumaba mirando por la ventana en aquél estudio en París, se preguntaba cosas como ¿quién es Tino como creador?, ¿qué quiere Tino decirle al mundo con su arte?, ¿cómo puedo relacionar un movimiento o un conjunto de insumos con una idea?, ¿el arte quiere o tiene que decir algo?, ¿mi público comprenderá?, ¿debería hacerlo?, y un sinfín de preguntas a las que seguramente, con el correr de los años, has hallado respuestas. Al igual que tú, me he encontrado a mí misma por largas horas reflexionando, “luchando con mis propias inseguridades”. Creo que uno siente una necesidad muy grande por decir mucho en las primeras creaciones y por asegurarse de que el resultado ‘represente’ todo lo que se es. Pero también soy consciente de que las obras, los artistas y sus métodos alcanzan la madurez con la paciencia y templanza que solo trae el tiempo.
A veces, en las tardes lluviosas como esta, cuando más necesito motivación, me gusta pensar en biografías como la tuya, pues alguna vez fuiste un chico que también tenía muchas dudas, pero muchas ganas de desarrollar un trabajo sincero que pudiera generar un impacto. Te atreviste a soñar en grande, a apostar la vida entera por el arte y a creer en ti a pesar de las dificultades que se presentaron en el camino. Tu historia de vida inspira a no renunciar a los sueños y a continuar disfrutando este Frenesí hacia el vacío de la incertidumbre, con la seguridad de algún día mirar en retrospectiva la satisfacción de hallarse a sí mismo.
Andrea
Bogotá, 4 de marzo de 2019
Apreciada Andrea,
Hace dos días llegó a mis manos esta hermosa carta que has escrito como ejercicio para la ASAB y que hace una impresionante radiografía de mi trayectoria.
No tengo palabras para expresarte mi agradecimiento por tu mirada de admiración por el trabajo, y me llena de orgullo saber que mi desempeño en la creación puede ser de ejemplo para nuevas generaciones, como la tuya.
A lo largo de estos años he intentado ser lo más honesto tanto conmigo como con el trabajo, he aprendido a querer e intentar entender a mis intérpretes para a través de ellos poder llegar al público, pero sobre todo he aprendido de mis errores.
Me siento muy honrado con tu carta y espero en un futuro próximo conocerte y conocer tu trabajo como intérprete o coreógrafa.
No dudes en saludarme cuando pases por la Factoría.
Un afectuoso y cariñoso abrazo.
Tino Fernández
[1] Esta carta fue creada para un ejercicio de correspondencia entre estudiantes del Proyecto Curricular Arte Danzario de la Universidad Distrital, y coreógrafos y maestros de la danza contemporánea en Colombia, dentro de la asignatura Seminario de historia, teoría y apreciación de la danza contemporánea en contexto IV, guiada por Margarita Roa.
[2] La mirada del avestruz (2002).