Primero empezamos a pensar en lo que debía haber allí dentro: ¿nombres de obras?, ¿maestros?, ¿festivales?, ¿fotografías?, ¿testimonios?, ¿crónicas? Fuimos entendiendo que debíamos centrar todas esas historias y voces sobre puntos concretos (puntos efímeros, si pensamos en la naturaleza de la danza); entonces determinamos que el libro se centraría en las creaciones, en aquellos universos que, por la ocurrencia de uno o varios demiurgos, congregaron en determinado momento, un tema, un título, unos cuantos bailarines y un venturoso público para presenciar el milagro. Hablaríamos, principalmente, de las obras de danza. Luego tuvimos que escoger cuáles serían las que llenarían el libro; y esto fue uno de los momentos más delicados del trabajo; al final supimos que, en todo caso, habría siempre alguna exclusión injusta, inevitable. Y sin embargo dio mucho gusto buscar hasta entre los difuntos la memoria de las piezas escogidas. Allí entonces nos permitimos cualquier tipo de textos que nos relataran la danza. Natalia y yo empezamos a pincharles los hombros a amigos, maestros, conocidos y amigos de amigos, para que nos ayudaran a hacer emerger las palabras. Aparecieron entrevistas, memorias, guiones, crónicas, ensayos y hasta un monólogo interior, y se tuvo como resultado el haber logrado contar algo de cada una de esas treinta y dos obras, que habían sido criadas en lugares diferentes del país: Medellín, Barranquilla, Cali, Mocoa, Barrancabermeja, Bogotá, Armenia, y sustentadas por diversas fuentes: el ballet, la danza contemporánea, el joropo, la salsa, el rito indígena, el performance y la danza moderna, entre otras cuantas. Mientras tanto, Jenny fue llenando un disco duro de fotos, donadas la mayoría de ellas, y de recortes de prensa y de programas de mano, que atestiguaban que efectivamente esas obras, esos bailarines, se habían movido cierta vez en tal escenario. Esto supuso tener que visitar las casas de muchas gentes, o concertar citas en plena calle (con lluvia, bajo un paraguas, entre las grietas de la ciudad o el tumulto de las esquinas). El nombre del libro apareció, creo, en días de octubre del año pasado. Entre una lista de títulos grandilocuentes por un lado, o tímidos e insípidos o ceremoniosos por otro, encontramos algo que nos vino a sonar adecuado: Programa de mano; como los que le entregaban a uno al asistir a las funciones, sólo que esta vez se trataría de una función ya presentada a través de los años. Programa de mano – coreografías colombianas que hicieron historia, ese fue el título que escogimos para agrupar todo el material. Teníamos todo eso reunido y nos fuimos con una carpeta debajo del brazo y se lo dimos a Yéssica, que en el tramo que hay de la navidad al miércoles de ceniza, pasando por año nuevo y fiesta de reyes, nos lo devolvió diagramado. Todo muy bonito, con su portada y contraportada, sus solapas, su página de contenido, sus presentaciones y su epílogo; sus logos de MinCultura, IDARTES y Asociación Alambique; sus pies de fotos y galerías, sus secciones de colorcitos, sus fichas técnicas… todas sus voces… Ahora me parece estar escuchando el ruido metálico y constante de las máquinas de la imprenta, que van arrojando las páginas, las que se pueden tocar con las manos, las que han de poder hojearse, las que tienen un olor y determinada textura, y que cuentan algunas de las historias de la danza que nos ha precedido, desde hace unos treinta y cinco años, más o menos, si no estoy restando mal.
El lanzamiento se hará en la Feria del Libro, el 25 de abril a las 2:30 p.m., en la sala Tomás Carrasquilla. Los esperamos.