Reseña: Alex en Wonderland

Alicia, nos han enseñado, es mona y usa vestido azul, y por perseguir a un conejo cae en un agujero que la lleva al país de las maravillas. En la obra de Alex Gümbel y Carlos Ramirez, Alex en Wonderland, de «La Compañía»,  vemos ya no a Alicia, sino a Alex con una peluca mona, un vestido largo azul y tacones, cantando en un glamuroso show, acompañado por un baterista-pianista con orejas de conejo, tocando instrumentos invisibles. Se acaba el show, todos aplauden y gritan. Es una grabación de aplusos y gritos, esto hace que el carácter espectacular del show quede en evidencia, nos posiciona en una especie de distancia crítica frente al espectáculo, a la idea de espectáculo, nos aleja, nos excluye, esa función no era para nosotros, era para otro público que aplaudió y la disfrutó. Luego el escenario se transforma en el camerino de la estrella del show; Alex se quita el vestido, los tacones, las medias, la peluca y mientras se desmaquilla, su voz en off dice: «Nadie cree que arte y entretenimiento se puedan unir. Nadie se conmueve. Nadie quiere ser conmovido. Ya nadie quiere imaginar. Ya nadie va al teatro. Nadie quiere volar. Nadie quiere ser libre. Nadie quiere entrar en otros mundo, como Alicia. En este momento nadie esta más confundido que usted». Cuando termina de desmaquillarse, baila, repite varias veces una misma y corta secuencia, se equivoca algunas veces, adquiere un carácter de ensayo, se recrea un ambiente íntimo.

Este camerino es sencillo y simple, la luz directa sólo ilumina el mueble, la atmósfera de un lugar privado, escondido, solitario, en contraposición a las luces y los colores cálidos y fuertes que ambientaban la totalidad del escenario de el show. Del espacio público al privado; inmediatamente se tiene la sensación de estar invadiendo el espacio íntimo, cruzando los límites de lo que se puede y no se puede ver; lo que hay detrás del escenario, detrás del espectáculo, lugar vedado para los ojos públicos. Alex, de espaldas, está completamente absorto en su labor, en sus pensamientos sobre lo que ya nadie hace, ajeno a las miradas. Pero son palabras que hablan de nosotros, de la gente, de la humanidad. Sobre las posibilidades del ser humano, de la mente: imaginar, crear otros mundos, habitarlos, inventar, conmoverse. Uno se cuestiona sobre estas capacidades y las relaciones que en la vida cotidiana se establecen con ellas.

Nuestro lugar de público espectador cambia otra vez, cuando el escenario muta de nuevo y vemos ahora una gran pantalla y un asiento en el que Alex se sienta a mostrarnos fotos de su vida; nos mira para hacer sentencias que parecen, de nuevo, comunes a todos: «nadie sabe de donde viene. Nadie acepta que tiene un hermano favorito. Nadie tiene buenos recuerdos de sus exnovias. Nadie esta dispuesto a crear un país de las maravillas». Primero espectadores de un show, luego  voyeristas inmiscuidos en este espacio íntimo para oír los pensamientos de la estrella mientras se despoja de su vestuario; y ahora nos sentimos incluidos, Alex habla, nos mira, nos cuenta, nos muestra.

El pianista y baterista del show, que por sus orejas es inmediatamente identificado como el conejo, entra con una taza a servir el té; sobre una pequeña mesa en una esquina del escenario, hay tres pocillos, deja un libro y se va; ya no tiene orejas, pero en cambio se oye el tic-tac del reloj, reloj en el que, en la clásica historia, este personaje ve que va tarde y que debe correr. Rápidamente sirve el té, en dos pocillos, deja el libro y sale del escenario. Entra Alex, se mira al espejo del tocador, abre un cajón, lo cierra, abre otro, se sienta encima de la mesa del tocador… ve la mesa del té, camina hacia ella, toma un poco de té, se sienta, ve el libro, lo coge, lo limpia, lo abre, lo lee, lo cierra, cambia la taza del té, se lo toma, se levanta, se quita la camisa, la deja en el espaldar de la silla, se va, se devuelve, coje el libro y sale del escenario. Conejo entra, arregla los pocillos, los llena de té, coje la camisa deja sobre la mesa un libro igual, y sale del escenario. Alex entra de la misma forma como antes y hace exactamente lo mismo, igual conejo. Esta secuencia se repite varias veces y termina cuando se apagan las luces. Total oscuridad. La música, los sonidos se han hecho progresivamente más fuertes y complejos a travéz de las repeticiones y en este momento de oscuridad alcanzan su máxima expresión. Parecen los sonidos de una selva, pájaros extraños, insectos, tal vez micos, otros animales… las luces no se prenden, no son necesarias para ver el sonido, para oir y ver sus maravillosas imágenes. En esta selva hay irrupciones, objetos extraños, metálicos, que se mueven, pesados, reemplazan a la selva. Mucha gente del público se para, se va, no es raro, “ya nadie quiere imaginar”.

Alicia entra en el país de la maravillas a travéz de un oscuro agujero. Tal vez este momento de oscuridad es ese agujero que nos arroja a la posibilidad de encontrarnos con un país de las maravillas, activa la imaginación. En la oscuridad, el sonido despliega la creación de un espacio fantástico, una extraña liberación de lo que en nuestro modo de vivir parece ser la tiranía de lo visual, de la credibilidad indudable que se le da a lo que vemos, el ver para creer, que es también un ver para imaginar, para recordar, para aprender (recordar una marca, aprender la manera en la que debemos vestirnos y vernos, en nuestra construcción social que ha usado el poder de la imagen para este tipo de fines). Es un encuentro con las  imágenes propias, almacenadas en la memoria, asociaciones aprendidas; la imagen de un bosque, el sonido de los pajaros, la forma de un grillo, el ruido del metal y sus connotaciones. Sin importar cuantas veces hayamos visto un pájaro, la imagen que tenemos de él es diferente a todos los pajaros que hayamos visto. Debido tal vez a la inexactitud de la memoria  y a la inevitable diferencia que se genera en cada repetición; asi hayamos visto algo muchas veces es muy díficil retener su forma exacta, cada imagen se transforma en nuestra mente al entrar en relación con todo nuestro sistema de significados y relaciones.

Cada repetición sucede en un espacio-tiempo distinto, o en el mismo espacio, pero en un tiempo diferente, o viceversa; al menos para la visión clásica del mundo una persona no puede vivir el mismo evento en el mismo espacio-tiempo. Entonces cada vez que Alex tomaba té servido por el conejo, era diferente a la otra, tenía un tiempo diferente, y por lo tanto entra en relación con memorias diferentes; la segunda vez difiere de la primera, ya que uno se enfrenta a algo ya visto, que la primera era desconocido. Con cada repetición la visión y entendimiento general de la situación sufre transformaciones, así también su significado y connotaciones.

Esta repetición me recordó un deseo de infancia, controlar el tiempo (la máquina del tiempo), poder retroceder en él, vivir muchas veces un evento, recordar la manera exacta en la que algo sucedió o, todavía mejor, poder actuar de otra manera. Aprendemos por repetición, recordamos por repetición. La memoria es una especie de máquina del tiempo. “La presencia de la memoria se da alrededor de su poder de contracción temporal que retiene y a la vez proyecta, conserva y permite la aparición de nuevas formas”, dice Juliana Atuesta[1]. Parece que estamos en una batalla contra el tiempo, como lo esta  el conejo en el cuento de Caroll, y nos lo recuerda el tic-tac. El tiempo todo lo acaba, todo se lo lleva,  hemos usado la memoria para protegernos de la precariedad de la vida; esta nos permite guardar los eventos, imagenes, pensamientos, palabras y demás cosas que parecen constituirnos y determinarnos; la manera de guardarlo es recordarlo y para recordar nos valemos de la repetición de diversas maneras, aunque no sean siempre claras o evidentes; aprendemos gracias a la memoria y la repetición.

Alex levanta la cortina del fondo haciendo visible una pequeña puerta… trata de abrirla… pero en cambio se pone una chaqueta que le da conejo, camina hacia un púlpito y dicta una coferencia sobre la conciencia, el cerebro, el sistema límbico, la realidad, la física cuántica… Explica el dualismo que constituye la manera en la que occidente comprende el mundo; Descartes hizo clara la distinción entre cuerpo y mente, Kant reafirmo el dualismo, ahora diferenciando entre razón pura y práctica. Esto produjo una visión del mundo radicalmente dualista que llego a su máxima expresión en la Guerra fría, ya que el mundo se dividió en capitalistas y socialistas. Esta guerra terminó con la caída del muro de Berlín, luego de que el mundo experimentara las terribles consecuencias de esta concepción dualista. En cambio la teoría de la física cuántica presenta una visión unificada del mundo, demuestra que cuerpo y mente son lo mismo, la materia es energía en determinadas frecuencias, el pensamiento en otras.

Experimentos demostraron que las partículas átomicas desaparecen y aparecen, lo cual implica que pueden estar en dos lugares simultáneamente. Cuando desaparecen van a otra dimensión, existen entonces múltiples dimensiones superpuestas, un objeto puede estar al mismo tiempo en dos lugares diferentes, así como también existe simultáneamente en varias dimensiones; algo así… la conferencia fue igual de compleja e incomprensible que la teoría cuántica. Tal vez los múltiples papeles de Alex hacen alusión a este teoría de múltiples dimensiones; el cantante disfrazado de mujer, el bebedor incansable de té, este extranjero que escribe en un tablero eufóricamente, mientras una voz y unas imágenes hablan de Colombia, y por último el conferensista. Las repeticiones tal vez aluden a la idea de múltiples universos similares con ligeras variaciones, así como cada repetición es igual pero distinta. La conferencia expone algo así como las implicaciones prácticas de esta nueva teoría científica: lo verdaderamente importante en la vida es la “actitud” que se tenga, ya que la materia puede ser afectada por el pensamiento, es decir que el mundo exterior es afectado por el mundo interior, es de hecho producto de este: la realidad es una construcción. Pero nos han hecho creer que existe una realidad única y objetiva, en ella la felicidad se basa en la acumulación de objetos materiales, pero esto no es lo verdaderamente importante. El video proyectado en la conferencia incluye una entrevista en la que se dice «tú crees que lo que ves es el mundo real, pero no, es tan sólo una pequeña frecuencia; vivimos convencidos, (nos han convencido) de que este mundo es real y de que el mundo interior es ilusorio, pero la ciencia ha demostrado lo contrario».

La construcción de la realidad y la percepción están íntimamente e inseparablemente relacionadas; construimos la realidad a partir de lo percibido y la percepción opera a partir de la forma de la realidad (forma que está en constante creación y transformación, la construcción de la realidad sucede en cada instante). Esta construcción se fundamenta en la memoria, que permite el aprendizaje y la estructuración de modos específicos de pensamiento. La obra, al cambiar y jugar con la posición del público, detona preguntas sobre el funcionamiento del espectáculo, los dispositivos y mecanismos que son desplegados en esta sociedad del espectáculo en la que vivimos, pues hace evidente nuestra condición de público pasivo y maleable, que está siendo constantemente colocado y recolocado en puntos de visión específicos sin ser siquiera consciente de ello. Aprendemos de las imágenes (en sentido amplio: pensamientos, experiencias…) obtenidas desde estos puntos de visión, y terminan así determinando nuestra construcción de la realidad y con ella nuestros modos de vida. Entonces, Alex en Wonderland plantea cuestiones sobre el funcionamiento de la memoria y la percepción en la dinámica social del espectáculo, y cómo estas determinan la construcción de la realidad.

[1] Repetición había una vez… Revista El Cuerpoespin No.1, 2009:8.

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